martes, 7 de junio de 2005

La sonrisa del consentido.

Tenía yo un familiar que me hizo vivir épocas de esas que en la infancia se quedan grabadas para siempre. Este familiar mío, era el ojito derecho de "los mayores", es decir, de los padres, de las madres, primos, abuelos, etc. Hiciera lo que hiciera, todo lo hacía bien era la bondad personificada y alguien a quién admirar y con quién debíamos compararnos los demás.

Como suele pasar en estos casos, la realidad distaba ampliamente de esa visión que "los mayores" tenían de él. Lo cierto es que era un trasto, un personaje acostumbrado a tirar la piedra y esconder la mano. Era egoísta y hacía lo que se le antojaba, cuando se le antojaba y cómo se le antojaba. Si no estabas con él, estabas contra él y él siempre tenía ventaja.

Cuando lo requería la ocasión camelaba a "los mayores" con palabras zalameras, o desviaba la atención de sus propios errores, centrándose en los defectos de los demás. Si cometía un error, sólo tenía que acusar a otro y era creído al instante, y sin dudas, por los responsables de nuestra educación. Era una persona acostumbrada a ganar.

Yo no era como él, tenía otras inquietudes y otra forma de actuar. Al principio yo también estaba encandilado por su personalidad activa y en ocasiones graciosa, e incluso deseaba parecerme a él. Pero no pronto, comprendí qué se escondía detrás de tanta zalamería y actitud desenfadada. Y renegué. Lógicamente entre mis familiares, no se encajó muy bien el que yo me alejara de este familiar. Pero me mantuve en mis trece y cada vez que me comparaban o me incitaban a parecerme a él, yo dejaba claro que él era él y yo era yo. A cada cual le tendrían que aceptar como era.

Mi familiar tampoco lo encajó demasiado bien, yo , que le había seguido como una polilla ante una luz, de repente escogía mi propio camino...

Me convertí en su rival, pues si no estaba con él estaba en su contra. Hizo muchas perrerías y de todas ellas me echó la culpa a mi, buscó siempre la forma de dejarme como vil, mentiroso, falto de responsabilidad y desmerecedor de cualquier tipo de confianza. Y siempre le dieron la razón.

Aún recuerdo, como me miraba antes de echarme la culpa, esa seguridad en sí mismo llena de ambición, malicia, y placer. El placer que le daba saber que se iba a salir con la suya, una vez más aún sabiendo que lo que hacía, estaba mal, eso, le daba poder. No olvidaré jamás esa sonrisa. Y nunca creí que la vería pintada en un Presidente del gobierno.Esa sonrisa es la sonrisa de ZP, la sonrisa, de la siempre tan consentida Izquierda.